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2011/05/03

Aprender a fallar, para aprender

Algo pasa en los ambientes inciertos.

Se puede observar que las personas tienden a ocultar sus debilidades.

Si alguien no sabe algo, o se equivoca, tiende a ocultarlo. Quizás enfatizando alguna cosa que sí sabe, o que haya hecho bien, para que miren a otro lado. Quizás enfatizando la forma en lugar del contenido vacío. Quizás inventando algo o culpando a alguien más.

Cuando no está claro el castigo, la gente se imagina lo peor y tiende a actuar de ese modo. Evitará los riesgos e irá sobre seguro. Si le parece más seguro ocultar, disfrazar o mentir, lo hará.

Los niños imaginan y sueñan con más facilidad que los adultos. Aún no han sido golpeados tantas veces que teman arriesgarse a fallar. Pero, con el tiempo, el temor a evitar ser golpeado se vuelve un hábito. Luego bastará con percibir la amenaza para que actuemos con el comportamiento adecuado. Bastará con ver la vara para que nos inclinemos.

Sin embargo, resulta que es fallar es necesario para aprender.

En un ambiente incierto se nos obliga a avanzar cargando una armadura.

En un ambiento seguro, en cambio, la gente sabe que puede equivocarse, que aunque falle estará a salvo.

Entonces, muestra con sinceridad cuando no sabe algo.

En un ambiente seguro la gente va más ligera, levanta el rostro, se atreve a volar.

Es como la diferencia entre jugar sobre el asfalto o jugar sobre la arena. Por eso es más fácil aprender a montar bicicleta en la playa, o a dar volatines. No hay raspones ni golpes demasiado fuertes que te impidan intentarlo una y otra vez.

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