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2009/07/01

Tras el establecimiento de las fundaciones


Pienso que la historia está escrita con una tinta especial, negra entre toda la demás tinta roja. Cuando se contempla con unos lentes rojos, el texto rojo desaparece, y podemos leerla en lo que queda.

La historia tiene una finalidad. Mientras la tinta roja habla de genealogías, batallas y anécdotas, que nos dicen en voz alta quiénes somos y a dónde vamos, la historia nos muestra lo que realmente somos y a dónde realmente vamos.

Se ha descubierto que, tras algunos intentos, nuestras mentes van descubriendo el patrón del juego cuyas reglas se han ocultado, primero como sensaciones, hasta que muchos intentos después recién podemos explicarlo concientemente. Del mismo modo, algunos sienten los patrones de la historia aún antes de poder notarlos con los lentes especiales. Pero, como puede ser difícil hablar más alto que nuestros padres, deben encontrar algún modo de contarla a los demás.

Hay cosas que a nuestros padres no les gusta oir, y que tenemos que decir mediante fábulas. Para algunos no serán más que cuentos, pero los demás las entenderán.

Cuando los padres no tratan de callar lo que alguna pequeña voz dice, puede que tengas razón, o puede que ya sean muchas las pequeñas voces, o puede que estén demasiado ocupados y ya no sea lo mas importante, porque quizás el tiempo ya ha llegado.

Hubo un historiador llamado Toynbee (favorito de Asimov, autor de Fundación), para quien la historia de la humanidad podía verse como una sucesión de culturas naciendo, creciendo, decayendo y transformándose. No importaban los países; los nombres de los actores cambiaban pero los personajes eran los mismos. Y que es en el momento de apogeo de una civilización donde aparece la marca con que empieza su decadencia, necesaria para la transformación. Toynbee fue algo acallado por otros historiadores, quizás de modo similar a como algunos hijos defienden a los padres sin querer creer lo que uno de ellos les ha visto hacer tras las puertas cerradas.

Las guerras y la carrera científica para vencer a un enemigo o lograr un ideal nacional, logran encauzar gran cantidad de recursos para desarrollar más rápido, controlar, y justificar la aparición, de nueva tecnología.

Tras el entusiasmo de la carrera espacial hubo una pausa extraña y silencio. Luego el bloque socialista se desarticuló, como si hubiera tareas más importantes que mantener la guerra fría. El descubrimiento de una piedra marciana en la antártida pareció una excusa para revitalizar la exploración espacial. Y se va propagando entre la gente la posibilidad de cataclismos capaces de extinguir gran parte de la vida como la conocemos.

A veces, cuando se quiere decir algo grave a los hijos, los abuelos van preparando el camino con cuentos. Para nosotros, hay cine y televisión.


En Fundación, Asimov cuenta de un imperio en su máximo apogeo, incrédulo a una voz solitaria que hablaba del inicio de su decadencia y su inminente declive. Casi en secreto, logra trazar un plan de rescate para prevenir milenios de barbarie y que en mil años la civilización pueda resurgir. Para eso crea la Fundación, cuya fachada es la elaboración de una Enciclopedia Galáctica, una recopilación de todo el conocimiento humano. Pero detrás, su función vital es encauzar las luchas políticas, comerciales y científicas dentro del plan, con la ventaja que le da el conocer una ciencia oculta llamada psicohistoria.

En la época que Asimov escribió su historia, imaginó a los enciclopedistas usando cilindros magnéticos para guardar la información que podía ser consultada en máquinas similares a lectoras de microfilms. No imaginó la computadora que aparecería en unas décadas ni, como a todos los escritores de ciencia ficción hasta donde sé, tampoco imaginó que las computadoras podrían conectarse para formar Internet.

La inteligencia colectiva de la humanidad escribe en Internet las páginas de lo que podría ser una enciclopedia planetaria. Tal vez haya una razón por la que se ha abierto esta posibilidad. Tal vez haya una razón para que nuestra contribución se nos muestre como un juego y no como una marcha contra el reloj. Quizás, cuando llegue el momento, sea más fácil comprender algo que ya aceptamos en el corazón.

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