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2008/04/06

La Ciudad de la Fé

Todo es análogo a todo

Puedes ir al encuentro de un evento que deseas que se realice si estás en paz con tu pasado (pues es como la base donde te apoyas), si manifiestas tus pensamientos en acciones (como hablar y hacer), y si dejas que tu alma se alinee con el estado donde está agradecida por el evento realizado (la mente y el cuerpo siguen al alma).

Es la receta con la que se hacen los milagros, aquellas cosas que escapan al modo usual en que hacemos las cosas, al menos la mayoría de nosotros.

Tal vez fue como alguien dijo y un día, de pronto, el humano tuvo en su mente algo nuevo. Recordó que para un evento realizado había cierta acción previa y decidió, tal vez sin saberlo, elegir, de entre todas la posibilidades, aquella donde siempre esa acción producia ese efecto. Las otras realidades, donde eso no ocurría, también existen, pero simplemente eligió ésta, y le fue útil para construir acciones cada vez más complejas.

Tal vez al comienzo fue como un truco, algo que hizo a un humano más hábil que los demás, quienes posiblemente lo veían con el encanto de quienes ven a un mago. Luego el truco fue aprendido y se volvió técnica.

La técnica de la confianza en los hechos repetidos.

Aprendimos a elegir el camino donde B sucede siempre después de A. Hacemos A y sucede B.

Luego aprendimos a elegir el camino donde si haces A sucede B mientras siempre sucede C. C es contar, C es medir, C es la ciencia (como la conocemos la mayoría de nosotros).

La técnica de la confianza en los hechos medidos.

Si hay fuego bajo la olla con agua, el agua se calienta y luego hierve.

Usamos recetas como esa todos los días, con una confianza similar a la que sentiría el habitante de una ciudad perfecta al apretar un interruptor para encender un foco. El foco debe encender, o al menos la electricidad debe llegar. Porque es un servicio público que se da por sentado.

Si todo el mundo fuera una ciudad perfecta, quizás, con el tiempo, sus habitante olvidarían que hubo una época donde no era así y que la gente también podía vivir sin la matriz de servicios de la ciudad.

La receta para hervir agua, y tantas otras que usamos, son como servicios públicos de fé, que se lograron establecer para que pudieran ser usados con relativa facilidad. Cada red de servicios fue tejida. Vivimos en una realidad con muchos servicios de ese tipo, en una ciudad de fé.

Como en la ciudad perfecta, ya no recordamos los días en que también había gente que vivía fuera de esa matriz. Los recuerdos se han vuelto leyendas, mitos y cuentos en los que pocos creen hay algo más.

La gente que experimenta milagros es como el habitante de la ciudad perfecta que descubre que puede tener luz sin usar un interruptor. De pronto la habitación está iluminada, y el médico y todos ven el interruptor apagado, el foco apagado, sin poder dar una explicación y dicen, desconcertados, milagro.

Tal vez no todos quieran dejar la ciudad e ir a las zonas rurales, sin los servicios a los que estamos acostumbrados, pero hay que recordar, o el olvido nos hará esclavos.

Qué haría un ingeniero o un médico donde no funcionara su ciencia. Tal vez volvería de prisa a la seguridad de su ciudad de fé, y algunas noches en su cama pensaría desconcertado en que fuera posible otra realidad. Unos pocos disfrutarían también quedarse en el campo y dormir bajo las estrellas.

Los servicios de una ciudad tienen un precio por el que hay que pagar, algo que todos tenemos que dar para el que el servicio siga existiendo.

Las ciudades también son como ecosistemas, y hay individuos que viven a expensas de los otros y no podrían vivir de otro modo.

Quienes te gobiernan te sirven, pero a su vez tú debes servir a la ciudad. Cuando la ciudad sirve al que gobierna, entonces posiblemente empieces a notar algún derecho ignorado, alguna libertad perdida, los primeros eslabones de la cadena que te hace esclavo.

Eso también pasa en la ciudad de la fé.

La receta de los milagros nos dice que no juzguemos, que aceptemos los hechos como son y nos paremos sobre un pasado con el que estemos en paz. Cuando nos enseñan que nuestro pasado está mal, que somos pecadores antes de haber nacido, o que nuestros instintos naturales son sucios, es como si nos alejaran de los escalones sólidos en los que todos podemos subir.

La receta de los milagros nos dice que no juzguemos, que aceptemos los hechos como son y dejemos que el alma se desplace hacia la realidad que ve. Cuando nos enseñan que sólo hay una realidad, que sólo podemos elegir uno de los infinitos caminos, es como si nos condujeran por caminos cercados en medio de un campo que todos podemos atravesar.

Es paz interior lo que se necesita para un milagro, pero se enseña culpa.

Es amor lo que se necesita para un milagro, pero se enseña miedo.

El Hombre es un esclavo milenario cuyas pesadas cadenas se ha acostumbrado a cargar. Algún día, sin embargo, verá que es Dios, y todos seremos libres.

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